La
luna y yo
De qué sirve tener un corazón mortal si no se me permite
amar,
de qué sirve que mis ojos te llamen envueltos en
lagrimas;
si tú no estás aquí para escucharlos,
de qué sirve que mis manos te busquen si nunca te han
tocado
o mínimo saber cómo es tu piel tu rostro,
de qué sirve que mis pasos busquen encontrar los tuyos
si ni siquiera sé por dónde caminas. De qué me sirve
esperar oírte
si tú hablas cuando yo no estoy, de que me sirve llorarte
si tú no estás aquí para secar mis lagrimas, darme un
jodido abrazo
o una palmada.
Las almas solitarias como yo estamos pre-destinadas a
mirar donde
no debemos, solo tengo para mí puta soledad este vaso de
alcohol
que me arranca de mi contexto; para olvidarlo mientras el
efecto etílico
dure en mi cuerpo. Ese vaso de alcohol que da a mi cuerpo
esa calidez
que busco en una persona; ese vaso que mis labios vacían
hasta dejarlo en las mismas características que mi alma, vacía,
transparente y frágil.
Dice Hermann Hesse que para llegar a nuestro hogar
tenemos
que pasar entre basura, pero tan solo hay que mandar
una señal de que necesitamos ayuda; pero yo
ni siquiera tengo intenciones de mandarla.
La luna asoma su rostro tímido entre mi ventana
para despojar la oscura y fría soledad que taladra mi
mente
con un haz de luz ofreciéndome sus cuernos para perforar
mi corazón,
con una casi desapercibida sonrisa reclamando mi vida.
Solo la luna pudo entender mi soledad y supo como
remediarla;
ella tiene experiencia en estas cuestiones, su caso similar
al mío,
ella sale cuando su amado sol se oculta,
de que le sirve a la luna tener miles de estrellas
si su sol no está con ella para compartirlas y
apreciarlas.
De que me servía ilusionarme si tu brillas en otro cielo,
Ese mismo cielo que ambos vemos pero bajo contextos de
anonimato.